La Extremadura más negra
Acaba de celebrarse, el 4 de abril, el aniversario de la muerte de Martin Luther King. Y se preguntarán ustedes qué tiene que ver este buen señor, defensor de la raza negra, con la Extremadura Secreta.
Pues mucho. Porque aunque pocos lo saben aquí también fuimos negros.
Porque usted, amiga mía, puede ser mulata sin saberlo, y usted, buen
señor, puede que tenga esa nariz chata por parte de tatarabuelo tizón.
O
quizás sus antepasados estuvieron en el otro lado. Si fueron nobles o
pertenecían a la iglesia es muy posible que tuvieran el dudoso privilegio de tener un esclavo negro para las faenas más duras, o una joven esclava de piel de azabache que, con los años, daría a luz a un mulato de “padre desconocido”.
Nunca nos hemos sorprendido en estas tierras de los colores oscuros. Ya en Emérita Augusta
abundaban los esclavos, unos más negros que otros, y se ve que le
cogimos gusto a la cosa de tener servicio gratis, porque en los siglos XV, XVII y XVIII todavía había quien iba a comprar esclavos al mercado como quien compra patatas.
En los pueblos de Extremadura, especialmente en Zafra, Villafranca de los Barros, Ribera del Fresno y Almendralejo había unos mercados locales de importancia en los que se compraban y vendían esclavos.
Las mujeres valían más que los hombres, y se especificaba en la compraventa que, entre otras cosas, no estuvieran “endemoniadas”.
Los viajeros que pasaban por nuestras tierras se sorprenden por la importancia de las ferias de Zafra, que algunos, como el holandés Enrique Cock, describen como si en lugar de Extremadura estuviera viajando por el África Negra:
“…en las fiestas del Príncipe Angélico y de San Juan Bautista te solazas y alegras con tus ferias de todos los años; numerosos esclavos etíopes se venden en ellas…”
Los que compraban esclavos eran personas acomodadas,
sobre todo nobles, burgueses y miembros del estamento eclesiástico.
Desde marqueses, a caballeros de órdenes militares, pasando por obispos,
curas, frailes y monjas. El lema de la época parecía debatirse entre el
de “Ponga un esclavo en su vida” o “Bienvenido a la república
esclavista de mi casa”.
Y la mayoría de los esclavos eran negros. Como afirma Rocío Periañez en su tesis doctoral , los blancos no gustaban demasiado y había pocos, y los moriscos fueron desapareciendo (su fisonomía y su dominio del castellano hacía más fácil la fuga). Así que quedaron los negros, en todas sus variantes y orígenes.
Estos esclavos procedían de la zona del Golfo de Guinea, Senegal, Gambia, Mozambique e incluso de tierras más al interior.
Los portugueses
obtenían los esclavos mediante trueques con los reyezuelos locales,
intercambiándolos por mercancías, pero también a través de incursiones
que realizaban en el interior con el fin de obtener prisioneros.
Desde los establecimientos africanos eran trasladados a Portugal y registrados en la “Casa dos Escravos” de Lisboa, desde donde eran exportados a otros lugares, entre ellos Extremadura.
Los esclavos solían bautizarse con los nombres de Juan, Pedro y Francisco. Para ellas, María, Ana, Isabel y Catalina. Muchos esclavos morían de niños. No pasaba nada, al siguiente hijo se le bautizaba con el mismo nombre y a seguir currando gratis.
Pero había otros esclavos que aguantaban carros y carretas, como María Polonia, esclava de don Álvaro Murillo, de Acehuchal, que murió (suponemos que por causas naturales) en el día 26 de junio año del Señor del 1747, a la edad de ¡122 años!
Algunas de estas esclavas, aunque bautizadas, llevaban la magia en la sangre. Ana Pérez, esclava en Jerez de los Caballeros, era hechicera. Francisca Gómez, esclava de doña Antonia Laso y vecina de Mérida, fue calificada por la Inquisición de hechicera maléfica con capacidad de provocar en los hombres impotencia sexual o curarla, mientras que Juana la Morena, esclava de Francisco Rodríguez, vecino de Fuente del Maestre, usaba maleficios que le había enseñado una viuda y curaba a la gente.
Otras esclavas recurrían a la magia autóctona para mejorar de vida, como Inés, esclava de Puebla de Sancho Pérez, quien en 1703 recurrió una hechicera gitana para conseguir seducir a su amo.
Y la bruja jerezana Ana González “la Campa” contó al tribunal que la juzgaba por hechicera como Mari Brava, que se hallaba acompañada de una esclava negra, le había enseñado cierta oración a una estrella cuyo fin era llamar a los hombres; y cómo otro día otra negra se acercó a ella para que le hiciese un remedio para estar bien con el hombre con el que estaba amancebada.
Y así, como por arte de magia, los negros van poblando Extremadura, hasta tal punto que viajeros como Antonio Ponz afirma cuando pasa por nuestras tierras :
“Muchos
de sus vecinos son negros, y mulatos de los que se pasan de Portugal, y
establecidos en esta frontera, se casan, y propagan en ella, y mas
adentro de Extremadura; de suerte, que con el tiempo algunos pueblos parecerán Guinea…”.
No llegó a tanto el tinte, pero tanto negro hubo que a algunos pueblos hasta se les cambió el nombre, al menos oficiosamente: Ribera del Fresno era conocido como“Ribera de los Negros“, y a los ribereños se les conocía por los “Negros de Ribera“.
De hecho, y según nos informa el investigador local Juan Francisco Llano, aún quedan puertas en el pueblo construidas en madera de Indias y tallada por esclavos negros.
Afirma además que dos retablos de la parroquia, el de la Dolorosa y el de San Pedro están construidos por negros, tallados a navaja. Y aún asegura que perviven rasgos mulatos en familias como los Suárez, Santos, Fuentes o Caballero.
También en Cheles aún hoy pueden observarse ciertos rasgos de algunos vecinos que apuntan sus orígenes:
una tez marcadamente morena, amulatada, propia de una determinada
genética que nos está poniendo sobre la mesa el claro mestizaje.
El investigador Fermin Mayorga nos
ofrece otra pista más fácilmente observable: si nos acercamos a
presenciar detenidamente el cuadro de ánimas de la iglesia de Cheles, descubriremos la figura de un ángel negro con cara de niño en la parte alta izquierda del mismo. El Conde de Cheles,
que fue quién mandó pintar y sufragar dicha obra, quiso dejar
constancia en el lienzo de que los negros esclavos del pueblo también
serían recibidos por Dios en el reino de los cielos.
Pero, ¿qué fue de los esclavos tras la supresión de la esclavitud? Pues con total seguridad, y como afirma el profesor Esteban Mira, la población se fue asimilando paulatinamente.
En el siglo XVIII la mayoría de estos esclavos, aunque de origen berberisco o negro eran ya españoles
de nacimiento. No tenían donde ir, su patria era España, no África. Por
lo tanto, desde el punto de vista étnico la mayor parte de nosotros
somos fruto de un amplio mestizaje.
Como bien afirma Mira y suscribimos nosotros, la raza ibérica es tan mitológica, al fin y al cabo, como la aria. Los extremeños somos hijos de cien razas y nietos de mil culturas.
Y lo que te rondaré, moreno.
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