Acerca del blog

domingo, 24 de enero de 2010

Hemeroteca 1937

domingo, 24 de enero de 2010


EXTREMADURA BAJO LA INFUENCIA SOVIÉTICA (VII): RIBERA DEL FRESNO

XI.- Un cadete y un flecha salvan a los presos de Ribera del Fresno

Villa perteneciente al partido judicial de Al­mendralejo, con 5.000 habitantes, a 72 kilóme­tros de Badajoz y nueve de su más próxima estación: Villafranca de los Barros. Sus pro­ducciones más importantes son: cereales, vinos y ganados. Los campos de este término son fertilizados por los ríos «Ribera de Bótoa» y «Matachel», campos en que antiguamente alzá­base el famoso fresno que, según cuentan los vecinos con natural orgullo, despertó la admi­ración de la reina Isabel II.

Sesenta y cinco personas que no comulgaban con las ideas disolventes, son las que durante veinte días sufrieron prisión en esta villa, entre las que figuraban los siguientes señores:

Don Anselmo Castilla González, don Manuel Vera Prieto, don Carlos Álvarez del Barco, don Juan Gutiérrez Jiménez, don Manuel Gragera Vargas, don Juan Gragera de Castilla, don Luis Zambrano Blanco, don Mateo Suárez López, don Ventura Gallego Redondo, don Rafael Mestres Vital, don Lázaro Martínez Sánchez, don Julio Bazo Blasco, don Vicente Fernández Blas, don Manuel López López y don Juan Martínez Bazo, que son precisamente quienes me informan de la siguiente manera:

Los grupos escolares fueron los destinados a prisión, siendo de insuficiente capacidad cúbica para el número de detenidos, hecho comprobado por certificación facultativa, la que oportu­namente fue presentada al Comité rojo con las resultantes de caso omiso. Las «consideracio­nes» tenidas a los detenidos iniciáronse con la prohibición terminante de abrir las ventanas que, por estar al exterior, permitieran la estabi­lidad atmosférica, por lo que se vició la atmósfera de los insuficientes locales, ocasionando trastornos mentales en las personas del señor cura párroco, don Rodrigo Vargas Zúñiga y don Juan Gutiérrez Jiménez.

Los familiares que llevaban las comidas eran objeto de los mayores insultos, siendo al mismo tiempo efectuados minuciosos cacheos, tanto en las comidas, las que se registraban con toda escrupulosidad, como las mismas personas, lo que era llevado a efecto por dos milicianas de lo peor del Sindicato, las que a su vez consola­ban a dichos familiares con las siguientes pala­bras: «De esta noche no pasan». «De madrugada le metemos a cada uno un kilogramo de plomo en la cabeza».

Constantemente hacían preparaciones pro­pias para asesinar con objeto de hacerlos sufrir doblemente; eran éstas restregar por el suelo, y junto a las puertas de las prisiones, bidones de petróleo, como igualmente otros simulacros por el estilo.

La noche del 5 de agosto tan decididos esta­ban a darles fuego, que hasta llegaron a acer­car al edificio un camión con los preparativos necesarios para el fin propuesto; buena prueba de ello es el que al ser tomado dicho pueblo por las fuerzas nacionales encontráronse en el Ayuntamiento grandes paquetes de algodón y bombas de mano.

El jefe local de Falange con anterioridad al movimiento, camarada Ángel Sáiz Pavón, me informa que, siendo uno de los presos, el día 3 de agosto, a las nueve de la noche, lo sacaron de la cárcel en compañía del actual jefe local, camarada Carlos Álvarez del Barco, y los seño­res don Vicente Fernández Blas y don Rodrigo Vargas Zúñiga, llevándolos a una cárcel inme­diata, donde los tuvieron hasta la una de la madrugada, hora en que uno a uno los iban conduciendo al calabozo destinado a oficina, y ante una mesa rústica y la triste luz de una vela, comenzaron a hacerles absurdas pregun­tas relacionadas con el movimiento nacionalis­ta, y como nada podían contestar a tan estúpidas preguntas, fueron amarrados en el citado calabozo, donde después de haberles dado grandes palizas con porras de goma les sacaron al «Callejón de la marina», lugar sito en las afueras del pueblo, continuando dándoles gol­pes con las culatas de las escopetas, dejándolos completamente extenuados, a pesar de lo cual los tuvieron incomunicados durante tres días sin prestarles ninguna clase de asistencia.

La salvación de los presos

Quedaría en el mayor misterio si no reseñá­ramos la causa por lo que no fueron asesinadas las personas detenidas, cosa inexplicable al co­nocer los instintos criminales de la camarilla roja local.

En la actualidad es el pueblo íntegro el que comenta los motivos de la salvación, y que no ha sido otro que el proceder heroico y decidido del camarada de dieciséis años Antonio Gutié­rrez Pavón, quien al observar los comentarios entre los rojos, por los que se trataba por mo­mentos el asesinato de los detenidos, con ver­dadero riesgo de su vida hizo el día 9 de agos­to, en su atardecer, una estudiada y difícil salida de la población, acompañado del flecha modelo Pedro López López. Estos se marcharon al cor­tijo llamado «San Pedro», distante unos seis ki­lómetros. Una vez conseguido sus propósitos de despistar, marcháronse al pueblo inmediato de Villafranca de los Barros, en el que el men­tado camarada Gutiérrez dirigióse al capitán de la sexta Bandera del Tercio, relatándole de ma­nera clara y terminante lo que sucedía y hacién­dole ver el peligro que por momentos corrían las vidas de sus paisanos. Capitán que, emocio­nado y con rápida resolución, redacta un oficio en el que se dirige al alcalde Ignacio Caña Exo­jo, en cuyo texto indicábale que a la menor le­sión de cualquier detenido serían fusilados por sus tropas, que de un momento a otro llegarían, hasta el último familiar de todos los componen­tes del Sindicato. El documento en cuestión es llevado por el joven falangista, para lo cual uti­liza una bicicleta, con la que huye por la carre­tera, sin temor al peligro, entregando al alcalde el referido mensaje. Conocida la ridícula cobar­día de los de esta clase, es fácil hacerse cargo el efecto que su lectura produjera (paseos a un lado y a otro, reunión de Comité, misteriosos consejillos y exagerado temblor).

Alrededor de la prisión concurrieron los fa­miliares de los detenidos con propósitos de evi­tar las consecuencias fatales que pudiera ha­ber proporcionado la decisión de los salvajes; pero muy pronto prodújose el cuadro más emo­cionante e imposible de describir, al recobrar la libertad con motivo de haber huido toda la guardia que custodiaban a los repetidos presos y todos los individuos del Sindicato. El cama­rada Gutiérrez, por su brillante proceder, es y será conocido en su existencia por «el salvador de sus paisanos».

Como dato curioso quiero hacer constar el procedimiento de que se valían los detenidos para estar al corriente del curso del movimien­to salvador. Las noticias las recibían, según las lanzaba la radio sevillana, por mediación de un hijo del jefe local de Falange, camarada Álva­rez, niño que sólo contaba unos meses, al que para satisfacer los deseos de su padre, todas las tardes era llevado a la cárcel; y siendo este an­gelito el único a quien dejasen entrar, era el utilizado para transmitir las mismas. ¿Cómo? Siendo portador de una esquelita que, colocada por la mamá bien en un patín o entre la fajita, daba a éstos tranquilidad y consuelo.

Varios e importantes son los edificios reli­giosos que existen en ésta, y valga en verdad que la furia roja no acometió sobre ellos, si bien la parroquia estuvo convertida en arsenal durante el dominio fatal.

Ignacio Caña Exojo, Juan Delgado «el Ton­go», Diego Matamoros Cachadíñas «el Repu­lido», Francisco Hernández Sanz «Sierra», Manuel Tabero Toro «Fatiga» y Álvaro Rosa «el Seco», fueron los más fieles cumplidores de las órdenes del insano y corrompido Gobierno.En coche que me es proporcionado por la Je­fatura local de Falange, me dirijo en el cumpli­miento de mi misión al inmediato pueblo de Fuente del Maestre.

Tomado de: González Ortín, Rodrigo, Extremadura bajo la influencia soviética, Tip.Gráfica Corporativa, Badajoz, 1937, pp.97-103